martes, 26 de marzo de 2013

El frío y duro asfalto


Sus cuerpos estaban separados por apenas seis o siete metros. La distancia existente entre una acera y la de enfrente. Se miraron.  Ella esbozó, dubitativa,  un atisbo de sonrisa. Él alzó su mano derecha y, lenta, muy lentamente, hizo el típico gesto de una pistola que dispara apuntando a un blanco certero. Ella cayó al suelo, fulminada por el impacto.

Nadie vio nada, nadie escuchó nada; nadie fue capaz de explicar cómo había muerto aquella pobre mujer que yacía sobre el frío y duro asfalto. Nadie; nadie salvo él, que conocía hasta dónde era capaz de aterrorizar el miedo.
El odio que se alimenta de la posesión absoluta es la munición más mortífera que existe.

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Des-cuento del proyecto "Historias desparejadas"
Me reservo algunos derechos; las obligaciones, las cedo.



jueves, 14 de marzo de 2013

La sombra

Llegó jadeante a la plaza. A punto estuvo de no poder asistir y eso, lo sabía con absoluta certeza, jamás se lo habría perdonado a sí misma. Alzó sus ojos para escuchar las campanas. La gente conversaba en voz baja, a la espera de que las puertas de la iglesia se abrieran de par en par. Cuando se oyó el chirriar de los goznes, los presentes se colocaron a los lados, formando un espontáneo pasillo. Intuía la alegría en la boca del estómago. En su cara se percibía el sonido de la victoria. La familia, vestida para la ocasión, apareció bajo el frontispicio barroco que enmarcaba el acceso al templo. Supo entonces que estaba siendo testigo de lo que, durante años, había deseado con un anhelo casi enfermizo y no se había atrevido a reconocer.

El féretro, austero, de diseño sencillo, contenía los restos mortales de Rocío. Contra todo pronóstico, el espectáculo la sobrecogió e inclinó su rostro dirigiendo su mirada al maltratado asfalto. Una mujer, situada a su izquierda, colocó una mano sobre su hombro, lo oprimió con suavidad y le dijo, quedamente, acercándose a ella "no somos nadie... cómo vas a echarla de menos, tú que siempre fuiste su sombra". Marta sabía que a esa hora el sol había iniciado su ocaso. Su corazón sonrió cuando comprobó que a su derecha el suelo no se había oscurecido con la, hasta entonces, inevitable proyección de la silueta de su cuerpo.
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miércoles, 13 de marzo de 2013

La sorpresa


Blanca se sentó, lenta, pausadamente. Con la tranquilidad de quien sabe que ha hecho todo lo posible por mantener las formas, la educación y la cortesía. Su capacidad para soportar el desprecio desconcertaba a sus enemigos y los animaba a persistir en sus humillaciones.

Teresa miraba de frente hacia la ventana. Muda, sin palabras. Sus ojos eran el fiel reflejo de la sorpresa. Había recibido la más grande de su vida. Tan grande que había dejado que Blanca se la quitase. La vida, claro. La sorpresa se fue con ella al depósito de cadáveres.
 
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Amores efímeros


Se encontraban siempre en el mismo lugar. Un día tras otro. Y en el mismo lugar dejaron de encontrarse. Un día tras otro. Estas cosas suceden con tanta frecuencia que resultó algo extraordinario que él le dejase una nota en la tela metálica del cercado. También fue extraordinario que ella la viese, la leyese y la guardase en uno de sus bolsillos. Nada más aconteció. Ni falta que hizo.

Hay amores efímeros. Y amores infinitos. Aunque a los ojos ajenos, sólo existan las ausencias.



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El principio de la calle



Marcelo permaneció durante horas. Y Jimena lloró durante horas. Ambos, Marcelo y Jimena, agotaron sus tiempos. No supieron mirarse a los ojos. No dejaron que los dedos rozaran sus mejillas. No hablaron de segundas oportunidades. Ni tan siquiera fueron capaces de regalarse un comienzo digno de quienes eran, perdidos en la ira del enfrentamiento.


Hoy se ven desde lejos, en el principio de la calle en la que en ocasiones coinciden. Jimena luce un hermoso collar de perlas. Marcelo peina el cabello cano. Brillante y blanco, como el amor que no llegó a nacer nunca.

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