martes, 26 de marzo de 2013
El frío y duro asfalto
Sus cuerpos estaban separados por apenas seis o siete metros. La distancia existente entre una acera y la de enfrente. Se miraron. Ella esbozó, dubitativa, un atisbo de sonrisa. Él alzó su mano derecha y, lenta, muy lentamente, hizo el típico gesto de una pistola que dispara apuntando a un blanco certero. Ella cayó al suelo, fulminada por el impacto.
Nadie vio nada, nadie escuchó nada; nadie fue capaz de explicar cómo había muerto aquella pobre mujer que yacía sobre el frío y duro asfalto. Nadie; nadie salvo él, que conocía hasta dónde era capaz de aterrorizar el miedo. El odio que se alimenta de la posesión absoluta es la munición más mortífera que existe.
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Des-cuento del proyecto "Historias desparejadas"
Me reservo algunos derechos; las obligaciones, las cedo.
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